domingo, 3 de junio de 2007

Ante Voz



-Ante vos ¡Oh, Padre! Me confieso.-
- (Tinta roja)- eco apagado que parece venir de las entrañas de la tierra.
-Que mi sangre redima este pecado infame que me ha invadido durante meses. Las lágrimas ya no son capaces de limpiar estos ojos vulgares. Mi mente pecaminosa es saturada de recuerdos, de visiones. El alma se aferra a la obsesión, y es que hay ciertos sentimientos que nos incitan a hacer cosas que no deberíamos.-
Mira en lo alto el crucifijo de madera, es como si la imagen de Cristo se agrandara poco a poco y la mirara entre castigándola y tentándola a seguir.
-¡No! Ni siquiera le temo al deseo, sino a mí misma.-
La figura famélica se encuentra detrás de la dama de negro velo, aquello que pareció una persona, llena de vida, ahora se retuerce cual gusano en una fosa llena de mierda.
La joven se para y hace la señal de la cruz, retira el velo de sus rubios cabellos angelicales. Da un inusitado suspiro entre cortado. Los dedos fríos semiverdosos han tocado sus pies descalzos y se empeñan en escalar por sus piernas. Estática, apenas respirando, cae en una mezcla de éxtasis y desagrado. Siente como aquel rastrojo humano se empeña en robarle un poco de calor, como actúa a modo de parásito. El manto negro cae ligeramente al suelo.
La chiquilla se aleja poco a poco, se agacha y le sonríe. Los ojos del usurpador la miran desorbitados.
-Pequeño…- le susurra tiernamente. Extiende su mano de porcelana, casi tocándolo. El tipo quien no debe de tener más de 24 años, se estira desesperado para poder sentirla, la saliva cae con hilos de sangre de su boca y apenas balbucea unos sonidos.
Se para violentamente y le escupe, el cuerpo insultado vuelve a retorcerse frenético en el suelo. Mientras, ella camina a su alrededor sonriendo, excitada ante la aberración que presencia.
Suena el timbre del departamento, deja solo al hombre agonizante en el piso de la habitación y se dirige a la puerta. Abre rápidamente los tres picaportes que la aseguran del resto del mundo.
-Señorita Magdalena, buenos días…El señor que vino a verla la noche pasada dejó el auto mal estacionado-
El conserje es un anciano de unos setenta años, de mirada perdida bajo arrugas y voz raspada por el tabaco.
-Mmm…lo siento mucho, pero justo se estaba quedando dormido. Luego yo moveré el auto, no se preocupe- le sonríe tranquila y cierra la puerta.
Se acerca a la ventana del living y prende un cigarrillo, luego va a la cocina y se pone unos guantes de limpieza. Al pasar por fuera de la habitación ve al tipo reptando en dirección a la salida.
-Gabriel, no entiendo por qué te desesperas ahora. ¿No recuerdas aquella vez en que me dijiste que si yo no era tuya, no era de nadie? Pues, aquí me tienes. Tranquilo, te prepararé un baño-
Camina por el pasillo hasta que sus pies descalzos tocan las baldosas del pequeño cuarto. Se detiene junto al espejo y tira unas bocanadas de humo mientras se arregla el cabello. Corre las cortinas de baño y mira con deleite la tina llena de hielo. Sobre la tapa del inodoro se encuentra encima de una bandeja planteada una tijera, una cuchara, cuchillo, tenedor, hilo de bordar y agujas.
-Vamos amor, me tendrás que ayudar- lo tira tomándolo por las manos. Queda un hilo de sangre y fluidos por el pasillo, Gabriel apenas arrastrándose con la ayuda de Magdalena logra llegar al borde de la tina.
-No me dejes por favor. Ésas fueron tus últimas palabras cuando me contaste de tu enfermedad. ¡Compasión!- silencio… ella cubre el cuerpo del hombre con los hielos.
-Pero, yo nada puedo hacer, tú sabes quien es el único que permanece siempre con nosotros- mira el techo blanco y busca el rosario que tiene colgado al cuello, lo aprieta con fuerza.
-Hay que encomendarle tu alma al Señor- una lágrima tibia cae por su mejilla apenas sonrojada. Se levanta con indiferencia y prende otro cigarrillo, se mira al espejo nuevamente y se arregla el demacrado maquillaje, mira sus guantes de limpieza. Se acerca al borde de la tina y mete una pierna para arrastrar el cuerpo de su víctima hasta el fondo, no opone resistencia alguna.
Apaga el cigarrillo en el suelo con el pie que acaba de meter al hielo, arregla su pelo una vez más, se sienta en el borde de la tina intentando descubrir algún movimiento en el fondo de ésta. Se escucha afuera el griterío de los niños. Magdalena toma la bandeja con sus herramientas.
La joven arrodillada, susurrando una plegaria. Arriba, en la pared, el crucifijo. La imagen de Cristo se agranda poco a poco y la mira entre castigándola y tentándola a seguir. Abajo, sobre un mantel blanco, los ojos, labios, orejas, manos y el corazón de Gabriel.

2 comentarios:

Sebastian dijo...

wow, buen cuento... la mina es algo asi como un Cain moderno sacrificando a Abel por el amor a Dios... lo curioso es que en la vida real han habido casos asi, de gente psicopatica que ha sacrificado gente o miembros a Dios... mein gott..
saludos y besos niña

Alfonso dijo...

uhm hay artos puntos de un mismo tema, femme fatal, venganza, misericordia retorcida.. nose creo que debiste guiarte por un lado y no unirlos todos..
me da la impresion que el hombre la contagio de sida, sin embargo no lose esa postura de femme fatal que te gusta sobresalir ahoga una crueldad mas sexy que es la menos forzada...

esta bueno,megusto bastante como describiste als etapas, aunque te apresuraste en darle fin al relato...

me ubiera gustado.. que ella quisiera demostrarle comos e sentia y le ubiera cortado la legua y trasponer la cucaracha en su boca le ubiera cosido los labios... que gabriel la sintiera revolotiar yavansar con la hemorragia interna... que sintieralo contaminada que se sentia ella...

en fin saludos.
besos